–Cuéntamelo todo. Todavía no creo que se disfrazaron de groupies y se fueron a ese recital.
-Lo pasamos increíble. Pero lo que pasó, da para hacer un cuento y leerlo en mi taller literario del próximo lunes.
-No me extraña. Ya nos da miedo contarte cualquier cosa, porque siempre terminamos en ese taller.
-Ay sí pobres. Bueno te cuento, la Paula full escote, y yo tratando de seguirle los pasos con mi pelo salvaje y mi rouge fucsia.
– ¿Cuál era la banda?
-Una banda tributo a Metallica que venimos siguiendo desde que teníamos veinte años.
– ¡Qué entretenido! ¿Cuál le gustaba a la Paula y cuál a ti?
-La Paula iba por el baterista y yo por Ian, el vocalista/bajista.
– ¿Cómo les fue con tanta pendeja dando vuelta?
-Nos reservamos una mesa encima del escenario para que nos vieran.
– ¡Qué son patudas!
-Gorda, lo más divertido es que cuando terminó recital, no pescaron a ninguna pendeja, se fueron directo a nosotras. La Paula se fue de hacha al baterista para evitar confusiones y yo me hice la linda con el vocalista. Los invitamos a tomar unos tragos en nuestra mesa. Ellos muy cools vestidos de cuero negro, llenos de tatuajes y aros. Fuimos la envidia de todas las minas. El baterista se tomó tres piscolas al hilo. Pero el mío, dijo que no tomaba.
-Típico de los ex alcohólicos. Debe haber tenido un pellet.
-Seguro. No pasaron ni cinco minutos y la Paula me anuncia que se va con el tipo.
– ¿Así de rápido?
-Sí, y ahí me quedé yo con Ian sin saber mucho que hacer. Hasta que me propuso irnos a su casa. Pensé, ¿y si es un psicópata? Pero después dije, chao, tengo 55 años, no hay tiempo que perder y me fui no más.
– ¿Y dónde vivía?
-En un edificio antiguo en Providencia. Estaba muy nerviosa porque el tipo no hablaba. Cero entrador. Yo tenía que hacer toda la conversación. Me contó que era soltero sin hijos y que trabajaba freelance en marketing digital.
– ¿Y cómo era el depto?
-Raro, raro.
– ¿Por qué?
-No había ningún mueble. Cero. Nos recibió un gato negro que me miró con cara de odio. En cada rincón del departamento había un pocillo de agua y otro de comida, lo que me dio un asco atroz.
-Además eres alérgica a los gatos.
-Sí pues, saqué una loratadina de la cartera sin que se diera cuenta para que no me empezaran a correr los mocos y me lloraran los ojos.
-Qué poco glamoroso, ja,ja,ja.
-No y espérate, eso no es todo. En vez de muebles le tenía montado un Fantasilandia al gato. El Tagadá, los toneles de la risa, puentes colgantes, hamacas, muros para escalar, un árbol para rascarse, juguetes interactivos…
-¡No! De patio.
-Total. Lo llamaba hijo: “hola hijo, ¿cómo está mi hijo?, ¿me echó de menos, hijo?”. Te juro que hubo un segundo que pensé, ¿debo irme o quedarme? Pero ya estaba ahí y había que hacer las tareas. Ian me tomó la mano suavemente, me dio un beso muy dulce y me llevó a su pieza. La pieza igual de vacía que el resto del departamento, pero a esas alturas con que hubiese cama… Estamos comenzando las artes amatorias y mientras yo admiraba sus six-pack y sus tatuajes, miro hacia la ventana y el gato se paseaba por la jardinera. Ian le había instalado una malla de seguridad y le había plantado un frondoso pasto donde el gato se instaló a mirarnos.
– ¿Y no te desconcentraba?
-Claro que sí, pero ¿qué hacía? Le pregunté, ¿y se va a quedar ahí? Me respondió que a su “hijo” le gustaba acompañarlo en todo.
-No lo puedo creer. ¿Y qué más?
-Él muy sensual. Grado 1 muy bien, muy conectados. Grado 2 mejor, muy apasionado, grado 2 y medio, increíble. Grado 2 y tres cuartos, empiezo a sentir una tensión.
– ¿Cómo qué?
-Una resistencia, como que no quería pasar a grado tres.
-Entonces traté de usar todos mis encantos de escorpiana para que se relajara y fluyera, y de pronto, me rehusó en seco.
– ¿Qué significa eso? Tú y tus términos raros.
-Como en equitación, cuando el caballo para bruscamente y no quiere saltar.
– ¿Y qué hiciste?
-Le pregunté, ¿estás nervioso? Y no contestaba. Lo que viene ahora es digno de ser contado textual, abro comillas, prepárate:
“Por favor, no me presiones, respétame, no me obligues. Soy mormón”.