Era uno de esos días en que todo sale bien. Iba a la cita con tiempo. Bajé las escaleras del metro y justo llegó el vagón, que venía con muy poca gente. Mi pelo resplandecía y mi tenida parecía sacada de una revista de moda. Me sentía como Carrie Bradshaw, con mi vestido floreado y mis sandalias tipo Jimmy Choo. Si hubiese vivido en Manhattan, me hubiesen parado en la calle para piropearme el look. Una vez en la clínica, milagrosamente tres minutos después de sacar mi número, oigo por un parlante que me llaman por mi nombre y me indican dirigirme a la sala 4.
Una enfermera me conduce por un largo pasillo a una habitación donde había dos médicos de espalda mirando unas placas.
-Sáquese todo y póngase esta bata”, me dijo la TENS.
– “¿Todo, todo, todo?”, pregunté.
– “Sí”, me respondió molesta.
Me desvestí y acomodé mi vestido, sostén, y calzón en una silla y me quedé como un pollo en tacos, esperando a que vinieran hacerme el examen.
De pronto, regresa la enfermera y me sujeta el brazo para insertarme una vía intravenosa.
-Grito, ¿“qué pasa”? ¿“Para qué es esto”?
– “No sabe que la colonoscopia requiere sedación previa”.
Me paro de un salto y a “poto pelado”, exclamo: “pero si yo vengo por un electrocardiograma”.
– ¿No es usted Carmela Aillon?
– ¡No! Yo soy Pamela Rillon.