-Parece que siempre coincidimos en el horario para ir a dejar a los niños.
-Sí, ¿y vas siempre tú?
-Sí, soy padre soltero. Me llamo Tomás, ¿y tú?
– Clara. Divorciada hace siete años.
-Ah, qué bien. Qué manera de moverse este ascensor.
-No se mueve, corcovea.
-Qué graciosa. ¿Trabajas en publicidad? Eres muy creativa.
-Escribo cuentos.
-Interesante. Parece que somos de los valientes que viven en los últimos pisos.
-Sí, encima se nos viene luego un terremoto.
-Eso es seguro. Mi departamento mira a la piscina, 1904
– Qué bien. El mío también, 2004
– Nos vemos mañana a las 7:45.
-De todas maneras.
***
-Mamá te llaman de la conserjería
-Hola, ¿me llegó algo?
-Sí, Sra. Clara le dejaron una carta.
-Gracias, bajo enseguida.
Clara, como me hubiese gustado iniciar un bello romance contigo. Anoche soñé despierto invitándote a conocer mi departamento y tomar un aperitivo en la terraza mirando la cordillera. Fantaseé con la idea de que me leyeras tus cuentos y que nos riéramos juntos planeando viajes. Nos imaginé mochileando como veinteañeros en Cusco o en Marruecos. Pero, no. No soy padre soltero. No te saludaré más. Haré como que nunca te he visto, haré como que nunca dijiste: “corcovear” para referirte a nuestro danzarín ascensor.